Reflexionant a propòsit de les condicions socials i polítiques per al desenvolupament de les humanitats, he recordat aquest text de Todorov, a veure què us sembla:
-CP: ¿No se convierte a la vez usted en un poco totalitario al oponer de manera excluyente al totalitarismo y la democracia?¿Esta diferencia la vivió usted bajo el modelo democrático o bajo el totalitario?
-TODOROV: Mi condena categórica de los regímenes totalitarios no me impide constatar que pertenecen al mismo "género cercano" que la democracia -lo que llamamos la "modernidad"- ni criticar lo que no funciona en las democracias ni ver, finalmente, que en la sociedad totalitaria no todo es negro. Volvamos a un ejemplo mencionado en nuestra primera entrevista: en la Bulgaria comunista, se proveía a artistas y creadores de medios a los cuales ya no tienen acceso en la Bulgaria postcomunista. Era, por cierto, una manera de someter a la cultura a la voluntad del régimen, pero el resultado no era menos evidente: numerosos teatros subvencionados, con actores que disfrutaban de un salario todo el año, orquestas en todas las grandes ciudades, salas de óperas, un buen número de películas producidas todos los años, tiradas importantes para los libros y, en consecuencia, importantes derechos de autor.
Se puede, por lo tanto, oponer totalitarismo y democracia sin poner todo lo bueno de un solo lado. Bulgakov y Grossman tuvieron, por cierto, vidas trágicas, desastrosas, aun cuando no fueron deportados, y hasta su muerte no estuvieron seguros de que sus obras accederían alguna vez a ser publicadas, ¿qué puede ser más desesperante para un escritor? Pero si, bajo el comunismo, los escritores podían terminar en la cárcel por sus textos, eso justamente quería decir que esos escritos eran susceptibles de transformar la sociedad, que los poderosos de turno desconfiaban de ellos. Cuando el secretario del Partido, Souslov, recibió a Grossman, le dijo: Su "Vida y destino" hará más desastres que una bomba atómica, ni pensar en publicarlo. ¡Qué elogio! Los libros de Solzhenitsyn fueron uno de los golpes más duros infligidos al poder soviético. En Francia, puede publicar todo lo que se quiera, nada tiene consecuencias, no pesa. Aquí, para dar pruebas de audacia, uno cuenta su vida sexual, preferiblemente si es escandalosa. Es un poco fútil, ¿no es cierto?
-CP: Que los artistas pudieran tener ventajas bajo una concepción comunista de la cultura, vale, pero ¿y el resto de la población? Se afirma con frecuencia -es incluso el caso de los defensores del régimen de Castro en Cuba- que el nivel cultural de los países comunistas es globalmente más elevado. ¿Era ése el caso de Bulgaria y cómo se explica?
-TODOROV: Se podría hablar de una educación cultural negativa, vacía, que no constituye de ninguna manera un mérito intrínseco de los regímenes comunistas, sino más que nada una de sus consecuencias paradójicas. Mire, no había distracciones públicas o eran realmente malas. No se puede pasar un día entero cantando canciones patrióticas o mirando cuadros conformistas, el periódico se nos caía de las manos. De repente, se liberaba una cierta energía espiritual que se orientaba en otras direcciones. Nada de televisión ni de discotecas ni de rock, pero el camino de la cultura clásica estaba abierto de par en par: los libros eran bastante baratos, igual que los conciertos, en el teatro podían verse sobretodo piezas de Chéjov, canonizado por la ortodoxia soviética, lo que no estaba nada mal.
Recuerdo que durante mi visita a Moscú en 1969 quise escuchar un concierto de órgano, instrumento inexistente en Bulgaria. No había lugar, pero pude conseguir una entrada en la puerta de la sala. Entonces estuve sentado al lado de quien me la había vendido porque su mujer se había enfermado. Hablamos mucho durante el entreacto. Era técnico en una fábrica de las afueras de Moscú. Conocía toda la música clásica, había leído a todos los grandes escritores, visitaba exposiciones de cuadros en los museos de Moscú. No estoy seguro de poder encontrar un personaje semejante en un concierto en París.
Recuerdo también que cuando se tradujeron al búlgaro las cartas de Kafka a Felice, la gente -de todo tipo, no sólo los intelectuales- hizo cola toda la noche ante las librerías para asegurarse su ejemplar, como yo con Yves Montand. Lo mismo pasó cuando salió una nueva edición de las obras de Dostoievski. ¿Se imagina eso en una ciudad occidental?
TODOROV, "Deberes y delicias", FCE, pàgs. 250-253
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1 comentari:
La situació que descriu Todorov es podria prendre prima facie, com un argument que demostraria la connivència entre les humanitats i el totalitarisme. Però em sembla obvi que aquesta no és la teua intenció, tot i que hi ha insensats que han seguit aquest camí (com ara el Pascal Quignard de qui vaig parlar fa temps en el meu blog sobre música). El que fa Todorov és mostrar, en realitat, la complexitat del món real. La política totalitària és certament criminal i rebutjable, la qual cosa no es contradiu amb el fet que determinats països totalitaris (no tots, eh?) tenien "coses bones", com se sol dir. Entre elles, probablement, una certa circulació àmplia de l'alta cultura humanística --però només la que no perjudicava el règim, per descomptat. Tanmateix, ja vaig dir ací en alguna ocasió que la casuística d'establir distinguos entre diversos règims criminals em repugna de pla, i en aquest aspecte preferisc el risc de simplisme que el perill de justificar allò injustificable.
I, siga dit de passada, una de les escenes més impressionants de Si això és un home és aquella en què Primo Levi s'entusiasma recitant i explicant al Pikolo passatges sencers de la Divina Comèdia. Aquella grandesa literària els redimia per una estona de la prostració, els retornava la humanitat que l'artefacte totalitari per excel·lència (el camp de concentració) intentava eliminar en ells. Un exemple més que el problema no és, o no sols, o no del tot, polític.
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