Tiempos líquidos es un libro de Zygmunt Bauman compuesto por cinco ensayos agrupados con el subtítulo de «Vivir en una época de incertidumbre», cuyo origen, salvo en un caso, no aparece consignado en parte alguna del texto, pese a que cabe sospechar que fueron fruto de encargos diversos. El primero de ellos, «La vida líquida moderna y sus miedos», está lastrado, en mi opinión, por la excesiva proximidad temporal con el 11-S y la guerra de Irak. A fecha de 2012, parece difícil, por ejemplo, mantener que «el envío de soldados a Iraq elevó el miedo a nuevas cotas, y continúa haciéndolo, tanto en Estados Unidos como en otras partes» (p. 17); más bien, yo diría que ha ocurrido todo lo contrario, es decir, que hoy a menos miedo a atentados terroristas que hace diez años (harina de otro costal sería determinar si la invasión tuvo algo que ver o no). Por otra parte, este texto parece escrito pensando sobre todo en los Estados Unidos y, tal vez, en el Reino Unido: por estas latitudes, de momento, llevar «botes de aerosol defensivos y pistolas» (p. 18) para protegerse parece más la excepción que la norma. Pese a todo, en este primer ensayo hay ya momentos brillantes, como, por ejemplo, éste: «Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso del cambio (menos aún de predecir y controlar su dirección), nos centramos en aquello sobre lo que podemos (o creemos que podemos o se nos asegura que podemos influir: tratamos de calcular y minimizar el riesgo de ser nosotros mismos (…) víctimas de los innumerables e indefinibles peligros que nos depara este mundo impenetrable y su futuro incierto. Nos dedicamos a escudriñar “los siete signos del cáncer” o “los cinco síntomas” de la depresión, o a exorcizar los fantasmas de la hipertensión arterial y de los niveles elevados de colesterol, el estrés o la obesidad. Por así decirlo, buscamos blancos sustitutivos hacia los que dirigir nuestro excedente de temores existenciales (…)» (p. 21). Por cierto, que esta idea alcanzará su concreción para mí más excelsa en el último ensayo del libro, un ensayo (una conferencia, en realidad), en mi opinión, magistral, lo mire por donde lo mire.
El segundo texto que compone el libro, «La humanidad en movimiento», comienza con afirmaciones que, para este lector, son poco menos que peticiones de principio, como la de que a la larga el capitalismo está condenado a su ruina («Es la paradoja innata al capitalismo, y a largo plazo, su ruina», p. 43): a la larga, no sé, pero a la corta, de momento, yo diría que no sólo resiste, sino que cada vez le va mejor (y, si no, que le pregunten a Zizek y a su explicación de que la China comunista lo haya abrazado con tal entusiasmo: «¿Qué hacer, entonces, cuando el capitalismo demuestra ser de facto el motor más efectivo de las relaciones sociales? La respuesta es la solución china: admitir francamente que en esta fase de la Historia mundial debemos abrazar plenamente el capitalismo», En defensa de causas perdidas, p. 211 de la traducción española). Sin embargo, desligadas de la función estructural que Bauman pretende darle, las reflexiones sobre los refugiados me han parecido lúcidas y brillantes, de lo mejor del libro. El tercer texto, «El Estado, la democracia y la gestión de los miedos», abunda también en pasajes brillantes y actualiza de la mano de Marshall una de las críticas clásicas de la izquierda al orden liberal-burgués: la diferencia entre la ciudadanía de iure y la ciudadanía de facto. El texto, por otro lado, está escrito con un lenguaje, con unas imágenes, que me parecen más cuidadas que los de los dos ensayos anteriores: ¿señal, tal vez, de que fue concebido para un público distinto? Por otro lado, la reaparición, más o menos solapada, de ciertos temas (¿cómo no relacionar la referencia a las “nuevas clases peligrosas” [pp. 98-102] con las reflexiones sobre los refugiados vertidas en el capítulo anterior?) contribuye a articular el libro para convertirlo en algo más que la suma de sus partes.
El cuarto texto, «Separados pero juntos», cambia de tema aparente (las ciudades), pero también de estrategia retórica, porque, en él, si se afirma una idea, es casi siempre para, a continuación, ponerla en tela de juicio, abordarla desde otra perspectiva y, de ese modo, hacerla progresar: método que para una persona que desarrolló su actividad intelectual durante tantos años al otro lado del telón de acero tampoco tiene nada de particular, pero que me parece otro acierto de Bauman (como, por cierto, me lo parece su voluntad de escribir al margen de todo tipo de jergas). Siguen las páginas brillantes, los diagnósticos acertados y de una actualidad absoluta («Una de las paradojas más desconcertantes surgidas en nuestra época es que la política, en un planeta en creciente globalización, tiende ser, de forma apasionada y consciente, local», p. 118, con el correlato de una producción compulsiva de identidad por parte de los individuos, p. 120). Reaparece, también modulada, una de las ideas esenciales del libro, la de unos tiempos atrapados en un círculo vicioso, en el que las soluciones aparentes a los problemas no hacen, en realidad, sino incrementarlos, y eso en múltiples niveles.
Como he dicho al comienzo, la conferencia con que concluye el libro, «La utopía en la época de la incertidumbre», es, en mi opinión, ejemplar. Quien haya leído las páginas sobre el guardabosque, el jardinero y el cazador difícilmente podrá olvidarlas, como es difícil olvidar ciertos pasajes de Miłosz o de Berlin, de Lévi-Strauss o de Geertz. La pertinencia y lo sabroso de las citas, desde los universales Brodsky o Calvino hasta los “exóticos” Stasiuk o Mrożek, no hace sino dar aún mayor profundidad y resonancia a un escrito modélico, quizá el que yo recomendaría a cualquier lector que no conociera este libro o a este autor.